viernes, 18 de enero de 2008

Laicismo: cinco tesis

Fernando Savater(*)

El debate sobre la relación entre el laicismo y la sociedad democrática actual (en España y en Europa) viene ya siendo vivo en los últimos tiempos y probablemente cobrará nuevo vigor en los que se avecinan: dentro de nuestro país, por las decisiones políticas en varios campos de litigio que previsiblemente adoptará el próximo Gobierno; y en toda Europa, a causa de los acuerdos que exige la futura Constitución europea y por la amenaza de un terrorismo vinculado ideológicamente a determinada confesión religiosa. En cuestiones como ésta, en que la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diabólica con Dios el veto a ciertos sacristanes y demasiados inquisidores, conviene intentar clarificar los argumentos para dar precisión a lo que se plantea. A ello y nada más quisieran contribuir las cinco tesis siguientes, que no pretenden inaugurar mediterráneos, sino sólo ayudar a no meternos en los peores charcos.

  1. Durante siglos, ha sido la tradición religiosa -institucionalizada en la iglesia oficial- la encargada de vertebrar moralmente las sociedades. Pero las democracias modernas basan sus acuerdos axiológicos en leyes y discursos legitimadores no directamente confesionales, es decir, discutibles y revocables, de aceptación en último caso voluntaria y humanamente acordada. Este marco institucional secular no excluye ni mucho menos persigue las creencias religiosas: al contrario, las protege a las unas frente a las otras. Porque la mayoría de las persecuciones religiosas han sucedido históricamente a causa de la enemistad intolerante de unas religiones contra las demás o contra los herejes. En la sociedad laica, cada iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada... y no como piensa que las otras se merecen. Convertidos los dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan en cambio las garantías protectoras que brinda la Constitución democrática, igual para todos.
  2. En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas, tal como dice Tzvetan Todorov: «Pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia» (Memoria del mal).
  3. Las religiones pueden decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito. Y a la inversa: una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en la sociedad laica no puede ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni es atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara. De modo que si alguien apalea a su mujer para que le obedezca o apedrea al sodomita (lo mismo que si recomienda públicamente hacer tales cosas), da igual que los textos sagrados que invoca a fin de legitimar su conducta sean auténticos o apócrifos, estén bien o mal interpretados, etcétera...: en cualquier caso debe ser penalmente castigado. La legalidad establecida en la sociedad laica marca los límites socialmente aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés.
  4. En la escuela pública sólo puede resultar aceptable como enseñanza lo verificable (es decir, aquello que recibe el apoyo de la realidad científicamente contrastada en el momento actual) y lo civilmente establecido como válido para todos (los derechos fundamentales de la persona constitucionalmente protegidos), no lo inverificable que aceptan como auténtico ciertas almas piadosas o las obligaciones morales fundadas en algún credo particular. La formación catequística de los ciudadanos no tiene por qué ser obligación de ningún Estado laico, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesión a predicar y enseñar su doctrina a quienes lo deseen. Eso sí, fuera del horario escolar. De lo contrario, debería atenderse también la petición que hace unos meses formularon medio en broma medio en serio un grupo de agnósticos: a saber, que en cada misa dominical se reservasen diez minutos para que un científico explicara a los fieles la teoría de la evolución, el Big Bang o la historia de la Inquisición, por poner algunos ejemplos.
  5. Se ha discutido mucho la oportunidad de incluir alguna mención en el preámbulo de la venidera Constitución de Europa a las raíces cristianas de nuestra cultura. Dejando de lado la evidente cuestión de que ello podría entonces implicar la inclusión explícita de otras muchas raíces e influencias más o menos determinantes, dicha referencia plantearía interesantes paradojas. Porque la originalidad del cristianismo ha sido precisamente dar paso al vaciamiento secular de lo sagrado (el cristianismo como la religión para salir de las religiones, según ha explicado Marcel Gauchet), separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal, es decir, ofreciendo cauce precisamente a la sociedad laica en la que hoy podemos ya vivir. De modo que si han de celebrarse las raíces cristianas de la Europa actual, deberíamos rendir homenaje a los antiguos cristianos que repudiaron los ídolos del Imperio y también a los agnósticos e incrédulos posteriores que combatieron al cristianismo convertido en nueva idolatría estatal. Quizá el asunto sea demasiado complicado para un simple preámbulo constitucional...

Coda y final: el combate por la sociedad laica no pretende sólo erradicar los pujos teocráticos de algunas confesiones religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadanía abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista. No es casualidad que en nuestras sociedades europeas deficientemente laicas (donde hay países que exigen determinada fe religiosa a sus reyes o privilegian los derechos de una iglesia frente a las demás) tenga Francia el Estado más consecuentemente laico y también el más unitario, tanto en su concepción de los servicios públicos como en la administración territorial. Por lo demás, la mejor conclusión teológica o ateológica que puede orientarnos sobre estos temas se la debo a Gonzalo Suárez: "Dios no existe, pero nos sueña. El Diablo tampoco existe, pero lo soñamos nosotros" (Acción-Ficción).


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Laicismo

El laicismo es la doctrina que defiende la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, cuyo ejemplo más representativo es el "Estado laico" o "no confesional". El término "laico" (del griego λαϊκός, laikós - alguien del pueblo de la raíz λαός, laós - pueblo ) aparece primeramente en un contexto cristiano. Por extensión surge el concepto de "Estado laico", concepto opuesto por el laicismo al de "Estado confesional", que se vincula a la estricta separación entre las instituciones del Estado y las iglesias u organizaciones religiosas. Los laicistas consideran que están garantizando la libertad de conciencia además de la no imposición de las normas y valores morales particulares de ninguna religión o de la irreligión.

Fuente: De Wikipedia, la enciclopedia libre

jueves, 17 de enero de 2008

Hacia un Laicismo Peruano

Por H:. Juan Orrego

El laicismo es un movimiento social que busca la separación del estado y las confesiones religiosas. En la edad media la iglesia católica era parte integral del estado, cobraba parte de los impuestos, autorizaba o no los acuerdos entre reinos, incluso juzgaba de acuerdo a sus leyes, y te aseguro, no querías ser juzgado por la iglesia ya que esto la mayoría de las veces significaba morir en la hoguera. Cuando el mundo alcanzo la modernidad supuestamente esto dejo de ser así, pero en realidad esto no sucedió, y en muchos países, la religión sigue siendo parte integral del estado, así por ejemplo en Argentina en el Articulo 2 de la constitución nacional dice que el estado argentino soporta el culto católico apostólico romano, en la mayoría de los países latinoamericano y en algunos europeos estas relaciones entre el estado y la iglesia católica son moneda corriente.

El laicismo es la doctrina que defiende la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, que se vincula a la estricta separación entre las instituciones del Estado y las iglesias u organizaciones religiosas. Los laicistas consideran que están garantizando la libertad de conciencia además de la no imposición de las normas y valores morales particulares de ninguna religión o de la irreligión.

Soy creyente que el laicismo tiende o busca construir una sociedad justa, progresista y fraternal, dotada de instituciones públicas imparciales, garantes de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, asegurando a cada uno la libertad de pensamiento y de expresión, así como la igualdad de todos delante de la ley, sin distinción de sexo, de origen, de cultura e de convicción y considerando que las opciones confesionales o no-confesionales corresponden exclusivamente a la esfera privada de las personas ;

Por eso muchos expertos del tema con los cuales concordamos dicen el laicismo o valor laico, implica no solamente la afirmación de un derecho, el de la absoluta libertad de consciencia, sino y sobre todo la afirmación de un deber; el de no reconocer ningún dogma y de proceder con espíritu crítico en la discusión de las ideas recibidas, de todas las ideas impuestas, comprendiendo en éstas aquellas profundamente ancladas en su fuero interno, las más perniciosas, aquellas del puritanismo suficiente y del prejudicio.

Por eso el valor de la ideas laica tienen siete visiones muy claras

EL RECHAZO A LA EXCLUSION
Que uno quiera darse cuenta o no, la exclusión de otra persona, la exclusión de una categoría de personas, extranjeras, incluso lejanas, constituye un poco la exclusión de si mismo, el comienzo de su propia exclusión, porque simplemente la libertad de cada uno se nutre de la libertad de todos y que ninguna verdadera libertad puede encerrar o ignorar la esclavitud de los otros.

¿Pero de qué espacio de libertades estamos soñando, cuando hay que aceptar la « necesidad » de una sociedad de dos, tres o cuatro velocidades, entendida como una sociedad donde algunos tienen todo o casi todo y otros nada o casi nada?

La libertad de pensar, la libertad de expandirse, la libertad de gozar, la libertad de realizarse, se proyecta o transcurre por otras libertades prioritarias, aquellas de existir, de comer, de ser reconocido, de tener su espacio, sin olvidar el derecho a ejercer una profesión y de vivir dignamente de ella.

LA TOLERANCIA
La tolerancia es el respecto de las personas, en tanto que individuos portadores de ideas, de creencias y de convicciones. En contra, la tolerancia no exige el respeto de las ideas, las cuales pueden ser combatidas. El hombre tolerante se esforzará en escuchar, primero; en presentarse abierto a los otros antes de tomar posición. La práctica de la tolerancia es más que un enunciado de un principio, ella es sobre todo una actitud de todos los días.

LA EMANCIPACION Y RESPONSABILIDAD
La vocación del hombre es la de conquistar su emancipación, de marchar y de realizarse al máximo, asumiendo primero su propio futuro del cual es él el responsable.

LA CONQUISTA DE LA CIUDADANIA
La ciudadanía se completa y conquista cada día. Ella es la prolongación social de la emancipación individual, porque ningún ser responsable podría desintegrarse de la vida ciudadana.

LA DEMOCRACIA
Una sociedad democrática debe estar fundada sobre el respecto de los derechos del Hombre y del pluralismo. Ella se caracteriza, igualmente, por la necesidad de un Estado de derecho, por la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, así como por la separación de la Iglesia del Estado.

EL RESPECTO A LA DIVERSIDAD
El laicismo valoriza las diferencias, consideradas como un enriquecimiento del patrimonio común, siempre que estas diferencias no perjudiquen la integridad de otras personas ni el derecho a la emancipación de cada uno.

LA SOLIDARIDAD
La solidaridad es un compromiso moral de ayuda y de responsabilidad mutuas entre los seres.

Por eso es necesario que la sociedad peruana comience a experimentar una fuerte transformación. Ya ningún país está fuera de la influencia de otras naciones y ninguna cultura puede permanecer impávida frente a una globalización que se introduce en todos los espacios de la vida colectiva. Las sociedades actuales, y el Perú no es la excepción, se hacen cada vez más complejas conforme se modernizan y se abren al exterior. Grandes fuerzas en la economía y en la política favorecen esta transformación.

Nos guste o no, la aldea local en que crecimos se convierte a pasos agigantados en una aldea global.

Pero debemos reconocer que a este cambio contribuyen también procesos que son menos visibles. Los individuos buscan encontrar un sentido a su vida tanto en las antiguas respuestas como en las nuevas que aparecen día con día.. La apertura política, económica y cultural de las sociedades ha dado lugar también a que la respuesta única a las cuestiones de fe ahora se presente ahora como una respuesta entre varias.

La democracia fomenta la libertad, y la libertad fomenta el pluralismo. Sólo el pensamiento conservador considera que la pluralidad y la existencia de minorías es un daño que hubiera que corregir. El pensamiento progresista sabe que la salud democrática de un país se mide no por la gran fuerza de sus mayorías, sino por los derechos que ejercen las minorías.

El pluralismo político y el pluralismo religioso comparten el suelo nutricio del Estado laico y respetuoso de los derechos fundamentales de la persona.

¿Qué significa esto? Significa, ante todo que, independientemente de nuestras convicciones personales, debemos admitir que el PERU ya no es una sociedad culturalmente monolítica.

De hecho, nunca lo ha sido, pero ahora, con mayor razón, es necesario reconocer la pluralidad cultural y religiosa como un rasgo irrenunciable e irreductible de nuestra experiencia colectiva. De ahora en adelante, no sólo debemos acostumbrarnos al hecho de que somos una sociedad plural, sino que tendremos que adecuar nuestras instituciones públicas para que sean capaces de hacer convivir a esta pluralidad en el marco de un régimen de leyes.

Esta pluralidad política, cultural y religiosa, debe acompañarse de un marco definido de convivencia y bienestar común a los diferentes grupos, asociaciones o religiones que componen el mosaico plural de creencias en nuestro país.

El laicismo es una solución positiva para la convivencia entre religiones mayoritarias y minoritarias, y para evitar que las creencias de unos cuantos se hagan dominantes a través de la fuerza del Estado y no de la del convencimiento y la persuasión legítima.

Pero el laicismo no es, como se ha pretendido hacer creer con frecuencia, un espacio vacío y sin valores propios. El laicismo no es el residuo que queda frente a los grandes valores morales o religiosos de los particulares.

Es necesario defender el laicismo porque es un fundamento del orden político que asegura el goce de su libertad religiosa a las minorías confesionales. En este sentido, una sociedad laica, es sinónimo de una sociedad abierta a todas las interpretaciones del hecho religioso. Ese es el sentido positivo del laicismo.

Así que no basta con la aconfesionalidad del Estado para decir que éste es laico. Es necesario que sea militantemente defensor de la pluralidad y del ejercicio de las libertades de credo y de pensamiento; que sea protector de las minorías frente a la amenaza ilegítima de las mayorías, y que sea promotor de una educación pública orientada por el pensamiento crítico y los valores humanistas.

Una sociedad que se identifica firmemente con un orden jurídico justo, es decir, que respeta plenamente las libertades fundamentales, los derechos de participación política y la libertad de culto de cada uno de sus miembros, puede ser, a la vez una sociedad plural y una unidad política que no tenga como cohesión el autoritarismo.
La injusticia de un estado confesional no se detiene en la libertad de culto, en un estado confesional la religión favorecida esta en una posición mucho mas ventajosa para negociar leyes y regulaciones que estén de acuerdo con sus creencias, pero que no tienen ningún fundamento racional, esto actúa en perjuicio de toda la sociedad que ve dogmas que no le son propios convertirse en ley y ser juzgados de acuerdo a ella.

Bajo este supuesto, las diferencias de credo entre diferentes grupos sociales y la pluralidad de prácticas religiosas son perfectamente compatibles con la idea de un proyecto común de nación.
Por eso entendemos y creemos en el carácter laico del estado es parte esencial para el desarrollo democrático de una sociedad en el siglo XXI, sin un estado laico no puede haber libertad de culto, ya que una religión seria favorecida por su trato preferencial con el estado y, como sucede en muchos países, seria impuesta por la educación publica.